jueves, 8 de diciembre de 2011


Cuenta una vieja leyenda, que en tiempos muy remotos, existía un mágico elemento capaz de mostrar, a quien en el se mirara, la verdad sobre el sentido de la vida,
Este espejo, porque ese era el artefacto, podía ser consultado por cuanto erudito o iniciado así lo requiriera. Infinidad de hombres y mujeres de los cuatro puntos cardinales pasaron frente al prodigio haciendo sus consultas y marchando luego a cumplir lo que consideraban su misión.
El espejo había sido confiado a un grupo de viejos sabios que se encargaban de mantenerlo en buen estado y eran los responsables de evaluar a quienes pretendían consultarlo.
Cierto día, el mas anciano de los ancianos, llamó a reunión y expuso ante sus pares una percepción que estaba teniendo desde hacía, ya, mucho tiempo. – Hermanos – dijo – ante la creciente cantidad de visitas que el espejo ha tenido últimamente y los acontecimientos que vienen sucediendo en el mundo, creo que ha llegado el momento de tomar algún tipo de medida pues cada mala acción cometida por uno de los visitantes está opacando el espejo y no podemos permitir que esto avance mas.
Decidieron, entonces, que cada uno de ellos, por turno según su edad, seria el encargado de evaluar a fondo a cada interesado en consultar al espejo y determinar de este modo si el aspirante estaba calificado para enfrentarlo.
Cada uno de los guardianes, a su tiempo fue agregando condiciones e imponiendo dificultades a los aspirantes, que merced a ese ardid, fueron disminuyendo, pero el espejo seguía perdiendo nitidez con el paso de los consultantes.
Al cabo de muchos años, llegó el turno al último y mas joven de los sabios, que al contemplar el espejo notó que ya casi era imposible reflejarse en el. Luego de mucho meditar, permitió que un buen número de visitantes consultara el artefacto sin ninguna condición previa, solo les exigía que antes de retirarse estos le dijeran que era lo que habían visto bajo juramento de decir la verdad.
Los ancianos, desconcertados ante lo que consideraban un despropósito, pero acatando el temporario poder de quien ejercía la custodia, comenzaron a dudar de la cordura de su más joven compañero y fueron presa de la desesperación cuando un día, éste los reunió y tomando un mazo, hizo añicos el espejo y ordenó que los miles de fragmentos fueran dispersados por los cuatro puntos cardinales con un mensaje que solicitaba a quien los recogiera, fuera a devolverlos a su lugar de origen.
La angustia de los ancianos fue creciendo pues veían que su misión en la vida había llegado a su fin, pero el joven se mantenía confiado en el futuro y así fue recibiendo, de a poco, los primeros fragmentos que fue encastrando hasta llegar a tener un tamaño lo suficientemente grande como para poder ser consultado nuevamente.
Grande fue la sorpresa de los ancianos al notar que aquel antiguo artefacto recobraba paulatinamente todo su esplendor y entonces, devuelta la confianza en su custodio lo llamaron para averiguar como había sido posible esa regeneración.
El joven, que para entonces ya no lo era tanto, les explicó lo sucedido en estos términos: - Recuerdan Uds. que al poco tiempo de asumir la custodia del espejo determiné que no era necesario hacer tantas preguntas acerca de los motivos de la consulta y solo pedí que me fuera revelado lo que el espejo reflejaba, pues bien, la gran mayoría de quienes nos visitaron respondieron que solo vieron reflejados sus rostros y fueron esas respuestas las que me llevaron a tomar los rumbos que tanto han preocupado al conclave.
- Lo que no llegamos a comprender – dijo uno de los ancianos – es como has hecho para que el espejo volviese a ser tan brillante como al principio.
- En realidad – contestó el aludido – yo no he hecho nada para lograr ese cambio, solamente he aplicado lo que consideré el principio fundamental para el que ha sido creado el espejo, encontrar el camino de la sabiduría.
- Ahora quiero, como último designio de mi mandato, ordenar que cada uno de nosotros salga a recorrer el mundo en busca de los trozos de espejo que aún quedan dispersos y que cuando alguien traiga uno de esos trozos, quede a cargo de la custodia hasta que el siguiente visitante se haga presente, pues he comprendido que lo importante no es llegar a ningún sitio, y menos aún a descubrir el sentido de la vida, sino que lo fundamental y determinante “es el camino recorrido y como se lo ha transitado” .

Los ancianos partieron gustosos, a pesar de los achaques, a recorre los caminos y al despedirse del joven, uno de ellos preguntó – Dimo, por favor, que fue lo que vieron aquellos que te hicieron tomar tan drástica determinación al romper el espejo.
- la gran mayoría – respondió el aludido, solo vieron reflejada su propia persona.

Si este pequeño relato tuviera una moraleja, bien podría ser que CUANDO ALGUIEN CREE HABER ENCONTRADO EL SENTIDO DE LA VIDA, ES CUANDO MAS PROPENSO ESTA A SENTIRSE EL CENTRO DEL UNIVERSO Y DEJARSE DOMINAR POR EL EGOISMO, POR LO TANTO LO MAS SABIO ES TOMAR COMO VERDADERO SENTIDO DE LA VIDA LA CONSTANTE BUSQUEDA Y NO REPARAR EN LAS ADVERSIDADES DEL CAMINO.
Héctor Jorge Otero

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