viernes, 20 de enero de 2012

UN DIAMANTE EN BRUTO


Seguramente que recordarás esa película de Walt Disney llamada “Aladdin” , en la que se hacía referencia a un “diamante en bruto”, el cual era un muchacho pobre, que vivía prácticamente en las calles, que no tenía educación ni el menor respeto por las autoridades y que robaba para comer… y que, paradójicamente, era el único capaz de abrir la cueva de las maravillas en donde se encontraba la lámpara.
Sin embargo, lo que llama la atención de esta historia es que, tan pronto como Aladdin tuvo la lámpara en sus manos y se vio a sí mismo convertido en un príncipe, naturalmente salieron a flote todos sus talentos, los cuales le dieron la credibilidad, tanto que, es hasta el final cuando se descubre que en realidad no era un príncipe.  Estos talentos, con los cuales se ganó la simpatía del sultán y el amor de su hija, no eran producto del deseo de la lámpara, sino de los propios dones y talentos que el muchacho guardaba en su interior, pero que no se animaba a dejar salir, pues estaba demasiado convencido de que era “muy poca cosa”, y fue sólo hasta que se vio con la vestimenta y la riqueza que caracteriza a un príncipe, que se convenció de lo que él podía lograr.
El término “diamante en bruto” encierra mucha sabiduría en sí mismo. Un diamante se forma a partir de un trozo de carbón, que es sometido de forma natural, a temperaturas y presiones altísimas a profundidades de 140 km a 190 km en el manto terrestre, hasta que éste se convierte en cristales.  A su vez, la actividad volcánica puede lograr que estos diamantes sean llevados a la superficie de la tierra, por medio del magma, y es por medio de excavaciones que los mineros logran encontrarlos, pero aún después de encontrados, los diamantes no lucen como los encuentras en las joyerías, pues todavía deben de ser limpiados y pulidos, a fin de que se convierta en los diamantes con brillo que todos conocemos.
Para Dios, cada uno de nosotros es un hermoso diamante. Algunos todavía estamos perfeccionándonos, por tal razón, somos un diamante en bruto,  pero cuando trabajamos en nosotros mismos, poco a poco vamos brillando y resaltando más.
Nadie es perfecto. Todos tenemos nuestros “defectos”; algunas personas nos exaltamos demasiado fácilmente, a otros nos falta paciencia y tolerancia, otros mienten o son irrespetuosos.. en fin, la lista podría seguir, pero lo maravilloso de todo esto, es que somos diamantes, que trabajamos en nosotros mismos; nosotros mismos somos los que decidimos qué tanta presión aplicar, cuáles aspectos mejorar o cuál superficie pulir.
Hay una metáfora de Brian Weiss acerca de los Diamantes, que dice así:
“Es como si dentro de cada persona se pudiera encontrar un gran diamante. Imaginemos un diamante de un palmo de longitud. Ese diamante tiene mil facetas, pero todas están cubiertas de polvo y brea. La misión de cada uno es limpiar cada una de esas facetas hasta que la superficie esté brillante y pueda reflejar un arco iris de colores.
Ahora bien, algunos han limpiado muchas facetas y relucen con intensidad. Otros sólo han logrado limpiar unas pocas, que no brillan tanto. Sin embargo, por debajo del polvo, cada persona posee en su pecho un luminoso diamante, con mil facetas refulgentes. El diamante es perfecto, sin un defecto. La única diferencia entre las diferentes personas es el número de facetas que han limpiado. Pero cada diamante es el mismo y cada uno es perfecto. Cuando todas las facetas están limpias y brillen en el espectro de la luz, el diamante volverá a la energía pura que fue en su origen. La luz permanecerá.”
Dentro de ti y dentro de mí hay un diamante que está deseando ser pulido; hay cualidades hermosas que no se animan a salir por el peso de lo que creemos que es negativo en nosotros, cuando quizá podría ser sólo un rasgo original de personalidad.  Algunas personas sacan lo mejor de sí cuando, como el trozo de carbón, se ven sometidas a una gran presión, sin embargo, no es necesario esperar hasta que esto ocurra. Reconoce la grandeza que hay en ti y valora lo que te hace diferente de los demás; tú ya eres un príncipe o una princesa, sólo necesitas creerlo para que el resto suceda, de forma natural, como ocurre con ese humilde trozo de carbón que se abandona a la Voluntad Divina.

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