lunes, 2 de enero de 2012


Los maestros no dicen la verdad; aunque quisieran, no podrían hacerlo. Es imposible. Entonces, cuál es su función? Qué es lo que siguen haciendo?

No pueden decir la verdad, pero pueden evocar la verdad que dormita en ti. Pueden provocarla, pueden desafiarla. Pueden conmoverte, pueden despertarte. No pueden darte ni Dios ni verdad ni nirvana, pues todo ello ya está en ti. Tú naciste con todo ello. Es innato, es intrínseco. Forma parte de tu naturaleza misma. Por tanto, cualquiera que pretenda darte la verdad simplemente está explotando tu estupidez, tu credulidad; esa persona es astuta, astuta e ignorante al mismo tiempo. No sabe nada; ni siquiera ha vislumbrado la verdad.

La verdad no se te puede dar, pues ya está en ti. Puede evocarse, suscitarse, provocarse. Puede generarse el contexto, o el espacio, para que surja en ti y no dormite más, para que despierte.

La función del maestro es mucho más compleja de lo que crees. Sería mucho más fácil, más simple, si la verdad se pudiera transmitir. Pero no puede transmitirse, por lo que deben crearse maneras y mecanismos indirectos. 

La función del maestro es llamar: ‘Lázaro, sal de la cueva! Sal de tu tumba! Sal de tu muerte!’ El maestro no puede darte la verdad, pero puede suscitar la verdad. Puede despertar algo en ti. Puede desencadenar un proceso en ti que encenderá una llama. La verdad eres tú, pero se ha acumulado mucho polvo a tu alrededor. La función del maestro es negativa: es darte un baño, lavarte, para que desaparezca el polvo.

Los maestros iluminan. Colman tu ser de una gran luz, son luz. Esparcen luz sobre tu ser. Son como un reflector: enfocan su ser en tu ser. De repente la linterna de un maestro comienza a iluminar algunos territorios olvidados de tu ser. Están en tu interior, el maestro no los crea, simplemente está aportando su luz, enfocando su ser en ti. El maestro enfoca sólo cuando el discípulo se abre, cuando se entrega, cuando está dispuesto, listo para aprender y no para argüir; cuando el discípulo llega, no a acumular conocimientos sino a conocer la verdad; cuando el discípulo no es simplemente un curioso sino un buscador de la verdad y está dispuesto a arriesgarlo todo. Aun si es preciso arriesgar y sacrificar la vida, el discípulo está dispuesto a hacerlo. En realidad, al arriesgar tu adormilada vida, al sacrificarla, alcanzas una calidad de vida totalmente diferente: la vida de luz, de amor, la vida que está más allá de la muerte, más allá del tiempo, más allá del cambio.

El maestro te ayuda a realizar tu propia experiencia. No te ofrece las Vedas, ni el Corán, ni la Biblia. Te enfrenta contigo mismo. Te hace tomar conciencia de tus recursos interiores, de tu propia sustancia, de tu propia divinidad. Te libera de las escrituras, de las interpretaciones ajenas. Te libera de toda creencia, de toda especulación, de toda conjetura. Te libera de la filosofía, de la religión, de la teología. En resumen, te libera del mundo de las palabras.
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SOMOS COMO LÁZARO
En el Nuevo Testamento se encuentra la bella historia de Lázaro. Los cristianos no la han comprendido a cabalidad.

Lázaro muere. Es el hermano de María Magdalena y Marta y un gran devoto de Jesús. Jesús está ausente, y cuando recibe la información y la invitación a que ‘vuelva inmediatamente’, ya han pasado dos días. Cuando llega a la casa de Lázaro, ya han pasado cuatro días. Pero María y Marta lo están esperando; tal es su confianza en él. Toda la aldea se ríe de ellas. A ojos de los demás, ellas son necias porque están conservando el cadáver de Lázaro en una cueva, vigilándolo día tras día, haciendo guardia. Pero el cadáver ha comenzado a heder, a deteriorarse.

Los aldeanos les dicen: ‘Ustedes son necias! Jesús no puede hacer nada. Cuando alguien está muerto, está muerto!’ Jesús llega. Se dirige a la cueva, pero no entra sino que permanece afuera y llama a Lázaro, pidiéndole que salga. La gente se congrega. Algunos se ríen y piensan: ‘Este hombre debe de estar loco!’

Alguien le pregunta: ‘Qué está usted haciendo? Está muerto! Ha estado muerto cuatro días. De hecho, entrar a la cueva es difícil. El cadáver está hediendo. Es imposible! A quién llama?’ Imperturbable, Jesús grita una y otra vez: ‘Lázaro, sal!’ La multitud se lleva una gran sorpresa: Lázaro sale de la cueva, trastornado, sacudido, como si saliera de un largo sueño, como si hubiera caído en un coma. Él mismo no logra creer lo que le ha ocurrido, o por qué estaba en la cueva.

Poco importa si Lázaro estaba muerto de verdad o no. Poco importa si Jesús era capaz de resucitar a los muertos. Es absurdo enredarse en tales discusiones. Sólo los eruditos son tan necios. Ninguna persona de entendimiento podrá creer que este relato es histórico. Es mucho más! No es un hecho, es una verdad. No es algo que ocurre en el tiempo; es más: es algo que ocurre en la eternidad.

Ustedes todos están muertos. Están en la misma situación que Lázaro. Todos viven en cuevas oscuras. Todos están hediendo y deteriorándose... pues la muerte no es algo que sobreviene de repente un día. Están muriendo todos los días, desde el día de su nacimiento. Es un proceso largo, que toma setenta, ochenta o noventa años para concluir.

Cada momento hay algo en ti que muere, pero no estás consciente de ello. Sigues como si estuvieras vivo; sigues viviendo como si supieras lo que es la vida.


FUENTE:    OSHO: ‘El Hombre que Amaba las Gaviotas y Otros Relatos’, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2003, ISBN 958-04-7279-3, Pag. 64

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