lunes, 5 de diciembre de 2011


‎" Casi muero por todas las lágrimas que no derramé ", pensó. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, por su barba y por su peto. Como provenían de su corazón, estaban extraordinariamente calientes, de manera que no tardaron en derretir lo que quedaba de su armadura.
El caballero lloraba de alegría. No volvería a ponerse la armadura y cabalgar en todas direcciones nunca más.
Sonrió a través de sus lágrimas, ajeno a una nueva y radiante luz que irradiaba de él; una luz mucho más brillante y hermosa que la de su pulida armadura, una luz destellante como un arroyo, resplandeciente como la Luna, deslumbrante como el Sol.
Porque ahora el caballero era el arroyo. Era la Luna. Era el Sol. Podía ser todas estas cosas a la vez, y más, porque era uno con el universo.
Era AMOR.

El caballero de la armadura oxidada........ Robert Fisher

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