Caleb el sobrino del Rey queda afligido al conocer la muerte del soberano y su heredero, ahora el peso del reino, el cual jamás había buscado, recae sobre sus hombros.
El joven Caleb, sobrino del Rey, vivía desde pequeño en un apartado castillo cerca de la frontera. Allí había crecido dedicado al estudio de todas las materias y separado de la corte y sus intrigas.
Aquella mañana un destacamento de la guardia real llamó a las puertas del castillo con una mala noticia: El Rey y el Príncipe heredero habían muerto en un accidente de caza, actividad que había sido, junto a las fiestas, la única que ambos ejercitaban.
-Siendo el pariente más cercano del difunto Rey os corresponde la corona- decía el capitán del destacamento.
Pero a Caleb nunca se le había ocurrido la idea de reinar y no estaba seguro de querer aceptar la corona. Así se lo dijo al jefe del destacamento. Este, dejando a un lado a los soldados se dirigió hasta Caleb. 
-Señor, si vos no aceptais la corona estareis condenando al reino a una guerra civil. Los nobles se han hecho muy poderosos en los últimos años y se pelearán entre ellos por reinar. Permitidme deciros, aunque pueda parecer atrevido, que el país está muy debilitado debido a la política de vuestro difunto tio el anterior Rey y seguramente seremos invadidos y esclavizados por cualquiera de los reinos cercanos. Os pido perdón pero tengo que hablaros con entera franqueza.
Caleb agradeció al capitán sus palabras y se retiró a meditar dando ordenes de que se atendiera a las necesidades del destacamento de la guardia.
Al día siguiente hizo llamar al capitán.
-Capitán me habeis convencido. Mi obligación es hacerme cargo del reino en estos momentos tan trágicos pero antes teneis que acompañarme a un pequeño viaje.
Partieron enseguida y, despues de cabalgar toda la mañana, llegaron a la orilla de un pequeño río. Siguieron por una vereda hasta llegar a una humilde choza. Dentro de ella un anciano de pelo blanco meditaba sentado.
-Maestro- dijo Caleb- necesito vuestro consejo.
El anciano abrió los ojos y con una leve sonrisa miró a Caleb.
-Te esperaba y sé las dudas que te atormentan, hijo. Acompañadme ambos a un sitio y trataré de solucionarlas.
Subió el anciano al caballo de Caleb e hizo de guia en un viaje que aseguró que sería corto. Siguieron el río durante un tiempo hasta llegar a una encrucijada del camino. Se apartaron de él y se fueron internando en un bosque oscuro y, aparentemente, falto de vida animal. Solo los enormes árboles que no dejaban pasar la luz parecían prosperar en él. El terreno que pisaban era de tierra seca. Enormes raíces descubiertas hacían dificil la marcha.
Poco a poco el bosque se fue haciendo más claro y la luz del sol, proyectando danzarines y brillantes rayos, llegaba hasta ellos. Se detuvieron y el anciano señaló al bosque.
-Este bosque es un reino, Caleb- dijo el viejo girando su brazo en derredor.- Al contrario que el bosque moribundo que recorrimos antes, aquí los árboles son más ligeros, dejan pasar la luz y esta la aprovechan plantas más bajas que, sin embargo, no la acaparan y los rayos del sol pueden llegar hasta las más humildes briznas de hierba. Puedes oir el canto feliz de los pájaros , puedes ver las huellas de animales que pueblan estos contornos. Puedes ver la vida. Todos : Hierba, matorrales, árboles y animales forman el equilibrio de la vida. Haz que en tu reino brille la justicia, que es equilibrio, y nobles,comerciantes, artesanos, agricultores, podrán vivir felices bajo los rayos del sol.
Caleb sonrió mirando al bosque.
-Te he entendido, Maestro. Así lo haré.
Autor: Javier Miguel